En marzo de 2000, en su Consejo de Lisboa, la Unión Europea se fijó con toda claridad un objetivo estratégico para 2010: "convertirse en la economía basada en el conocimiento más competitiva y dinámica del mundo, capaz de crecer económicamente de manera sostenible con más y mejores empleos y con mayor cohesión social". Para alcanzarlo, definió una estrategia global. Y en México, ¿tenemos ahora un objetivo estratégico?Enrique Peña Nieto, 2010, año de definición, reforma
En marzo de 2000, en su Consejo de Lisboa, la Unión Europea se fijó con toda claridad un objetivo estratégico para 2010: "convertirse en la economía basada en el conocimiento más competitiva y dinámica del mundo, capaz de crecer económicamente de manera sostenible con más y mejores empleos y con mayor cohesión social". Para alcanzarlo, definió una estrategia global. Y en México, ¿tenemos ahora un objetivo estratégico?
Recordemos: en la Independencia y la Reforma, el país buscaba obtener y defender su soberanía; en el criticado Porfiriato, se impulsaron como objetivos el "orden y el progreso"; en la Revolución, se luchó por la igualdad y la justicia social. ¿Y ahora, qué buscamos?
En unos meses habremos de celebrar el Bicentenario del inicio de la Independencia y el Centenario de la Revolución. En estas conmemoraciones, además de valorar lo que hemos logrado, debemos reflexionar sobre lo mucho que aún queda por resolver. 2010 nos brinda una gran oportunidad para pensar en México, para delinear qué tipo de nación queremos llegar a ser en el siglo XXI.
Los múltiples retos que enfrentamos nos exigen trabajar en armonía para encontrar soluciones de fondo. Desafortunadamente, la ausencia de una visión compartida de país, nos impide sumar esfuerzos en una misma dirección. Esto es grave, puesto que en el México de nuestra generación, ya no es posible gobernar unilateralmente. La distribución y el ejercicio del poder exigen ahora de una mayor corresponsabilidad de la sociedad y sus actores políticos.
Actualmente no tenemos claridad en las metas ni consensos sobre los métodos. Por eso estamos entrampados discutiendo -o evitando discutir- las reformas política, fiscal, energética, laboral, educativa, etcétera. Estamos debatiendo los cómos, sin antes habernos puesto de acuerdo en los qués. Se ha caído en la trampa de confundir los medios con los fines.
De ahí la urgencia de contar con un gran objetivo compartido, con una visión de país que nos convoque a todos y evite la polarización social y la parálisis institucional. Necesitamos una meta general que nos unifique, a la que todos podamos contribuir con nuestro trabajo diario conforme a una estrategia con la que todos nos comprometamos.
Lograr esta definición de país no es un ejercicio sencillo. No se trata de un discurso con buenas intenciones; debe ser un ejercicio de diálogo constructivo, de planeación estratégica a largo plazo, en el que se hagan explícitos los valores, principios y preocupaciones de la sociedad.
Esta visión de país, además, debe gozar de amplia legitimidad democrática, no puede ser una imposición. Debe ser resultado de la retroalimentación de debates y consultas con todas las regiones y sectores de la sociedad.
Implica, desde luego, diseñar las instituciones necesarias para lograr que la visión se consolide como una política de Estado. Esto significa que sea vinculatoria para todos -especialmente para los actores políticos y los gobiernos-; que asegure la continuidad entre sexenios; que todos la conozcamos, la hagamos nuestra y la antepongamos a cualquier otro interés.
Un objetivo estratégico como éste fomentaría la unidad y orientaría nuestro actuar, superando discusiones circunstanciales a partir de prioridades consensadas. Si los mexicanos nos ponemos de acuerdo sobre qué tipo de nación queremos y trabajamos hacia ese fin, en dos décadas podremos convertirnos en una potencia mundial; tenemos todo para lograrlo.
Esta estrategia debe contemplar la estabilidad y el desarrollo de México, facilitando a cada uno de los mexicanos las herramientas necesarias para hacer realidad su proyecto de vida y así revitalizar nuestro orgullo nacional.
Las aspiraciones sociales de 1810 se expresaron en el movimiento que culminó con nuestra Independencia; las de 1910 en la Revolución que generó mayores oportunidades para los mexicanos; ahora, las de 2010 deben canalizarse hacia una nueva Gran Definición. Encontremos juntos la visión de país que nos invite a dejar las diferencias a un lado; la visión que conjugue los sueños y las esperanzas de los mexicanos.
Sabemos que en un año no se cambia un país, pero sí se reorienta su destino. Que 2010 sea el año en que México encuentre su visión compartida.
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